Hay quien dice que la saga protagonizada por Jason Bourne
ayudó a darle un nuevo enfoque a las aventuras del espía más exitoso de
la historia del cine. Obviamente me refiero al agente británico James Bond
(conocido como 007), pues las películas protagonizadas por Daniel Craig
se distinguen por tener secuencias de acción muy parecidas a las que
protagonizó Matt Damon en su día dentro de esta trilogía.
La esencia de esa serie de cintas
era precisamente que el protagonista ignoraba muchísimas cosas sobre su
pasado. En esta quinta entrega (cuarta de Damon cronológicamente
hablando) vuelve a hacer mancuerna con el director Paul Greengrass, con
quien ya había trabajado en La supremacía Bourne (2004) y Bourne: El
ultimátum (2007).
Aquí en resumidas cuentas, el espía
ha recuperado la memoria y a partir de ahí es de donde inicia una trama
trepidante llena de metáforas. Los agentes de la CIA son los encargados
de perseguir a Bourne por diferentes sitios de Europa.
De ninguna manera podemos decir que
esta cinta está a la altura de las tres primeras. Sin embargo, si que
existe un repunte gracias al nuevo enfoque que tiene el personaje.
Esperemos que esta fórmula no se agote, sino que continúe evolucionando,
ya que el cine de espías es uno de los géneros preferidos por todo
cinéfilo que goza con películas de aventura.
Eso sí, como punto final tengo que
criticar severamente el excesivo uso de la cámara en movimiento. Este
recurso lo único que hace es agotar al espectador, ya que hay ocasiones
en las que inevitablemente te mareas. Mientras que hay otras que tanto
bamboleo de la cámara hace imposible que observes el plano
cinematográfico con claridad, haciendo con ello que te pierdas varios
detalles interesantes.
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