Fences tiene como
motor principal a Troy Maxson (interpretado magistralmente por Denzel Washington), un hombre de
carácter recio, quien está a punto de llegar a la tercera edad.
Es un hombre
de familia de carácter férreo al que la vida no lo ha tratado del todo bien, a
pesar de tener una buena esposa y dos hijos. Durante el primer acto de la cinta
(nunca mejor dicho, pues no hay que olvidar que este guión cinematográfico se
hizo a partir de la puesta en escena del mismo nombre). Troy se esfuerza por
demostrarle a la audiencia de que todo lo que ha hecho a lo largo de esos años,
ha sido lo correcto e inclusive anteponiendo el bienestar de los suyos al
propio.
Por ejemplo,
a su hijo mayor en una de las escenas, le niega diez dólares, argumentándole
que él no conoce el valor del dinero que se gana con el sudor de la frente
trabajando día tras día. También le reprocha a su vástago que se olvide de la
música y mejor se ponga a hacer algo de provecho.
Es así como Fences
nos habla justamente de las “cercas” que el protagonista pone a su alrededor.
Por ejemplo, a su otro hijo lo saca del equipo de fútbol, diciéndole que aunque
sea el mejor del equipo, jamás llegará a destacar pues es afroamericano y eso
significa que como “negro” siempre estará a la sombra de un “blanco”, aunque
este último sea muchísimo más torpe que él.
Los
personajes secundarios acompañan Maxson de manera tal que nos permiten ir
descubriendo cada una de las capas que lo componen. Sin embargo, hay un momento
de la película en la que Rose (Viola Davis), la abnegada esposa del
protagonista, dejándonos a todos boquiabiertos con sus atinadísimos
parlamentos.
En resumen,
se trata de un relato sencillo en el que los sueños frustrados y el temor por
volver a sufrir una desilusión, hacen que Troy se aferre a lo que tiene, aunque
sin dejar de añorar la vida que hubiera tenido, si se hubiera convertido en
jugador de béisbol profesional.
De hecho,
constantemente repite que en la vida tenemos tan sólo tres strikes. Por tanto,
hay que tener cuidado de no dejarlos pasar, pues si lo hacemos, terminaremos “ponchados”.
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